Es sábado por la tarde. Afuera canta un ruiseñor. Me acerco a la ventana y trato de localizarlo. Allí en estos arbustos al lado de aquel campo de rastrojo debe estar. El nombre en castellano de ese pájaro, ruiseñor, debe significar algo como: el señor que hace mucho ruido, me parece. Eso muestra que aquí es más común que en Holanda. Un nombre casi poético como de nachtegaal no das a un pajarito que todo el tiempo está piando en tus orejas. ¡Pero oye! ¡Qué variedad! En este momento Ana dice: ‘¡Qué soñadoramente estás allí mirando por la ventana! ¿En qué piensas? ¿En el fútbol otra vez?’ ‘La verdad es que no. Estoy pensando en esta otra afición mía’ ‘¿Oh?’ ‘¡Si! Los pájaros.’ Me coloco a su lado en la cama grande y digo: ‘Es maravilloso estar aquí.’ ‘A que sí.’ ‘Sí, por todos lados hay ruiseñores.’ Afuera el ruiseñor sigue piando infatigable. Por la tarde caminamos por Medina de Rioseco. El golpeteo de nuestros pasos resuena contra las casas medievales. Encontramos a la sombra de una
En las paredes y las ventanas veo los dibujos de Tintín y de los otros personajes: el perrito Milú, Capitán Haddock, El profesor Tornasol, Hernández y Fernández (en holandés Jansen en Janssen) y mi personaje favorito de los libros de Tintín: Bianca Castafiore, la desafinada cantante de ópera. Es el sitio ideal para quedar. Hay mucho para ver y el café con leche es estupendo. De vez en cuando leo un artículo en el periódico. De pronto hay dos manos que se juntan cubriendo mis ojos y una voz femenina pregunta: ‘¿Quién soy?’ Influenciado por tantos dibujos a mi alrededor, repito un chiste de Tomás el Gafe, un tebeo de mi juventud, y digo los nombres de las amigas de Ámsterdam: ‘¿Judith? ¿Els? ¿Loekie? ¿Astrid? ¿Monica? ¿Simone?’ ‘Es humor holandés’, le oigo explicar. Me doy la vuelta y la saludo. Después me presenta a su colega: un hombre de unos cuarenta años con gafas y ya un poco menos de pelo. Siento un cierto alivio. No es un fanático, a la primera vista. Alguien que juega al fút